Existe la creencia de que cualquiera puede escribir una novela y, como quien juega a la lotería, esperar sentado a que le toque el gordo.

Pues nada más lejos de la realidad. Escritor y soberbia remuneración, no acostumbran a ir de la mano. Hay equívocos que más vale aclarar cuanto antes para que podamos entender mejor la situación actual de los escribanos, cuentacuentos, poetas, novelistas…

Es cierto que a base de nombrar a los cuatro súper ventas de siempre, que a base de recordar que empezaron siendo unos desconocidos, en el imaginario colectivo ha cuajado la idea de que dar el pelotazo es probable, posible y hasta en ocasiones, necesario. Pero con los dedos de una mano se pueden contar los Gómez-Jurado, Javier Castillo, Elisabeth Benavent. El asunto está harto complicado, un pelín crudo, muy jodido (como diría don Camilo), y de ahí que en mi intención esté ser cristalino.

Para empezar, aquí las primeras cifras: los escritores noveles rondan los 300 ejemplares de media en ventas. Pero cuidado, porque esta media baja algo más si nos limitamos a aquellos escritores noveles nacidos después de 1980. Estos se llevan la palma si nos centramos en lo meramente estadístico. Y sabiendo que hay escritores que se estrenan bajo el gabán de una gran editorial, poco más de un centenar y medio de ventas acabarán obteniendo el resto. No es de extrañar que aproximadamente el 70% de los debutantes opten por la autopublicación.

El sistema de valoración Nielsen Book, el más extendido entre las editoriales, suele ser el encargado de cuantificar las ventas y por lo tanto los sueldos a devengar. Los autores tienen que encomendarse a que las cifras que se les ofrecen son las verdaderas. Un acto de fe, sin duda. Aunque yo confío en la honestidad de la máquina. ¿Por qué no? Siempre peco de bien pensado.

Se lee poco y se publica mucho. Esa es la realidad que subyace tras estos datos. En torno a 86.000 publicaciones al año. Esto significa que al día salen al mercado 236 nuevos libros. Esta es una cantidad inasumible para los tiempos que corren. Por desgracia, esto trae consigo una enorme faena: muchos de los libros publicados terminan en forma de ficheros dentro de un ordenador. Distribución bajo demanda se le llama a esta puerta de acceso al mercado literario. Solo toman forma física nuestras creaciones una vez está asegurada la venta. Las librerías son espacios finitos y es imposible exponer tantos libros. El hueco de los estantes queda reservado principalmente a aquellos escritores que ya tienen un público fiel y una editorial potente detrás.

Saturación es la palabra. Para qué engañarnos. No sé si alguno sigue manteniéndose en sus trece y aún piensa que va a ser el nuevo Stephen King, pero ya vamos atisbando lo complicado del asunto. Aun así, qué nadie deje de escribir tras esta taza de cruda realidad, por favor, nada de soltar las teclas o la pluma. Uno escribe para ser leído, pero también para ordenar ideas, para respirar, para evadirse, para soñar; claro que sí.

No todo en esta vida se reduce a oferta y demanda, a productos, dinero y billetes. Pero es lícito esperar una compensación económica por ese tiempo invertido en la creación literaria. El problema está en que ningún librero va a quitar un ejemplar que le aporta beneficios para poner el de un desconocido, que vete tú a saber. Muchas horas delante de los teclados para acabar todas esas ilusiones haciendo bulto en un frío almacén, debajo de otro montón de artículos sobrantes es a lo que nos arriesgamos.

Según datos de 2018, cerca de la mitad de los ejemplares editados y distribuidos a las librerías acabaron siendo devueltos o, peor aún, destruidos. Esto me recuerda a Alemania, 10 de mayo de 1933… (estoy exagerando). Pero qué tristeza acabo de sentir al escribir estás últimas letras en negrita. Por eso, aquí os dejo la imagen de una biblioteca que es uno de los lugares que mejor huelen del mundo.

300 ejemplares de media que vende un escritor novel. 300, como en la película de las Termópilas. Habrá a quien le parezcan suficientes, pero yo soy de la opinión de que las ilusiones que se invierten a lo largo del periodo de creación, bien merecen un poco más de recompensa.

Es cierto que no todo lo que se publica es fantástico. Es cierto que hasta Belén Esteban ha escrito un libro. Es cierto que hay insensatos e inconscientes, incluso temerarios que retuercen palabras como quien retuerce el alambre del pan Bimbo, pero también es cierto que hay muchos escritores de altura a los que nunca les toca interpretar el papel principal, ni siquiera el secundario.

Estadísticamente, la franja de edad que mayores lectores aglutina es la que va desde los 17 años hasta los 36. Y como no podía ser de otro modo, si hacemos una distinción entre hombres y mujeres, chicas y chicos, el género femenino es el más pródigo.

Sorprende comprobar que dentro de esa franja estén los milennials, tan identificados siempre con sus consolas y comiendo patatas fritas de bolsa. A mí este dato realmente me sorprendió mucho y todo para bien. Estos jóvenes ya son el presente y el futuro más inmediato y, como buen optimista que me considero, debo admitir que conocer sobre sus inquietudes lectoras me ha puesto las esperanzas de puntillas. «Aquellos que lean y que cuiden de los libros estarán más próximos a la libertad». Ojalá se invirtiera un poco más en educación; bastante más. Pero qué le vamos a hacer…

Y dicho esto, me delato. Este post no tiene otra intención que la de levantaros de la silla y animaros a que no deis por concluido el viaje de vuestro libro una vez lo veáis publicado. Hay que fomentar la lectura y más aún la de aquellas letras salidas de nuestro propio puño. Cómo bien decía Paco Umbral: «yo he venido a hablar de mi libro». De eso se trata, de no quedarnos solo en el umbral e ir más allá, hasta donde se pueda o nos dejen. Se trata de zambullirnos en los fluidos comerciales. Es complicado, pero toca intentarlo.

Por eso os ánimo a que, una vez publicados, os pongáis el mono de trabajo. ¡Qué menos! Por fin tenemos nuestro trabajo vestido de domingo y sería imperdonable no sacarlo a bailar. Hay que moverse y tratar de dar visibilidad a nuestras líneas. Aún no he conocido a ningún escritor que publique su obra para calzar el sofá. Y no nos equivoquemos, hacerse valer y poner precio a tanta dedicación es del todo lícito.

Si estáis orgullosos y orgullosas de vuestras creaciones, toca intentar que duren lo más posible en los espositores y, a ser posible, que esten dando la cara y no de canto. Ya hablaré en otro post del marketing, pero aquí os introduzco la idea: vender y buscar una compensación económica por nuestro trabajo es a todas luces justo.

Yo estoy probando distintos métodos de marketing a ver cuál funciona mejor. De momento lo hago con sobrada visoñez y limitado descaro, pero bueno. Lo dicho, ya os contaré más adelante sobre mis peripecias, cuando tenga conclusiones que aportar y compartir. Seguro que a alguno o a alguna le serviran para algo. De momento la cosa va regulera tirando a bien.

En definitiva, sabiendo que un escritor obtiene tan solo el 10% de los beneficios alcanzados por cada ejemplar vendido, me parece que forrarse escribiendo es más complicado que tener entre nuestros dedos el gordo de navidad. Pero la posibilidad existe, eso es verdad, ahí están los casos que lo constatan.

En esta vida hay que tener las alas siempre listas porque nunca sabe uno cuándo va a soplar el viento a favor.

Escribir y leer. Escribir y leer. Escribir y leer. Escribir y leer.

Las letras son llaves que bien empleadas abren puertas, así que, a crear corriente. Hay trabajo que hacer.

Un saludo, escritores, y al lío